miércoles, 8 de junio de 2011

"La hija politica de Gildo", Cuento corto Formosa

Había llovido, era tarde y el chofer aún no regresaba con la hija del gobernador. La otra camioneta estaba lista para salir inmediatamente justo después de que llegara la hija del mandatario desde el cumpleaños de su mejor amiga. Le pedí al gobernador, con algo de desesperación subir a la furgoneta mientras ensayaba el discurso que daría en ese humilde barrio al inaugurar aquella escuela del suburbio.

Llamé al otro coche porque estaba llegando retrasado. Justo entró por los laterales de la casa gobierno y rápidamente incluimos al otro guardaespaldas y a la hija al séquito político.
Partimos sin perder tiempo, aunque todos sabían que el gobernador siempre llegaba tarde, mi prioridad era cumplir con su seguridad pero también con su agenda.
Subí a la camioneta y salimos, eran aproximadamente 15 minutos de camino.

La hija del gobernador sólo quería imprimir las fotos del cumpleaños que había tomado con su cámara digital y se la pasaba comentándonos de todo lo acontecido allí.
Era una chica agradable, malcriada pero sociable.

Tenía un trato muy cordial con los que la cuidábamos aunque en oportunidades su padre cedía con facilidad ante sus caprichos esporádicos atrasando el protocolo, como en esta ocasión.

Detuvimos la camioneta y fuimos hasta un local ágilmente a ver si tenían impresora con calidad fotográfica, ante la insistencia de la señorita la acompañamos a concretar su deseo.
Esta chiquilla era una de esas mujeres que hablan sin parar y solo se detienen para respirar, fue así como unos pasitos se convirtieron en millas a su lado para llegar al negocio y obtener un no como respuesta.

Volvimos a la camioneta y esta vez no pararíamos hasta llegar ahora con un retraso de 15 minutos.
Mientras estábamos en el camino la única preocupación de esta niña era si podría o no imprimir finalmente sus fotos y cada vez que conjeturaba una nueva forma de hacerlo me pegaba un golpecito y reía, tratándome como uno de sus amigos adolescentes. Yo estaba hartamente acostumbrado y a veces resolvía asentirla.

Por fin llegamos, pero surgió otro retraso. A tres cuadras de la nueva escuela el chofer proclamó que sería imposible entrar con semejante camioneta y no quedarse atascados en el lodazal de esa calle.
Tomé una última decisión, bajarnos y emprender a pié hasta la escuela a pesar de la frágil seguridad del barrio.
Primero teníamos que cruzar la ruta para llegar hasta donde comenzaba la parte pantanosa, el primer transeúnte reconoció al gobernante y lo saludó, fue cuando apresuré su llegada y detuve el tránsito pues si seguíamos mucho tiempo mas allí nos inundaríamos de público.

Ni bien detuve el tránsito el gobernador cruzó y lo seguí firmemente, el otro guardaespaldas era ralentizado por la inquieta y dubitativa aprendiz de princesa y no nos siguió sino después de unos instantes. El gobernador no supo esto pues se encontraba algo incomodo por la situación y ensimismado en su discurso el cual repetía entre labios.

- ¡Qué color raro tienen estas aguas!. Expresó después de pisar un pequeño charco.
- Si es cierto señor. Le dije para consentirlo.
Ciertamente el agua era de un color y una textura que no había visto nunca. Por eso me agache y penetré el lodo con mi dedo índice.
- Mmm, sabe… dulce. Le dije mientras el seguía su paso.
- Pero Jorge, como pudiste probar semejante mierda. Me dijo refunfuñando.
- Apurate que se nos hace tarde y dejate de pavadas, a ver si te me enfermas ahora. Subtituló su comentario.
- Si Sr!. Le dije mientras volteaba mi vista para ver donde estaba el otro seguridad.
Venía solo con una cuadra de retraso, lo cual es poco para semejante situación, así que no me preocupé sino hasta ver desde atrás la botamanga del pantalón del gobernador.
- Sr. deténgase, su pantalón…
- Que mi pantalón que…
- Su pantalón está todo embarrado.
Efectivamente, el pantalón del dirigente estaba empapado de una sustancia marrón hasta casi la rodilla.
- Y ahora que vamos a hacer…
- Llamá a alguien rápido que me saque esto de encima y me traiga un pantalón decente.
Tomé el handie y llamé al otro chofer el cual supuse tenía maso menos la misma talla de pantalón que el jefe.
Yo no podía creer lo que estaba pasando en la esquina de la escuela que debía ser inaugurada hace 30 minutos. En eso llega el otro guardaespaldas con la hija del jefe que se enteran de la situación.

Ella mira sus zapatos, se agacha y revuelve con el dedo hasta tomar un trocito marrón del lateral de la suela, y se lo lleva a la boca.
- ¡Pero hija!, ¡Que hacés!, ¡Te querés enfermar o que te pasa!; ¡No ves que esta tierra está re podrida, quien sabe cuantas bacterias hay ahí!
Y ella respondió con una sonrisa:
- Papá… es sólo chocolate.


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