Este video que va a ver a continuación fue realizado a un autor que investigó la historia sexual argentina. Federico Andahazi habla de su libro "Pecar como Dios manda" , una investigación que merece ser leída, yo me quedo con la pregunta final de este corto video:
El siguiente relato lo extraje de Maleta de Loco Blog mientras Googleaba buscando argumentos para el programa de radio del dia Miércoles 05/11 donde tratamos el tema del sexo y la cultura; decidí publicarlo porque si bien es fuerte y tiene parrafos chocantes me pareció interesante el hecho de atender como algunas personas se justifican en Dios, lo cual ya en esencia es lo que los creyentes llaman Religión... veamos:
"En 1984, la Iglesia Evangélica Bautista de mi barrio -Fisherton-, tuvo por invitados deluxe a una seguidilla de predicadores-estrella internacionales que anunciaron con vehemencia desde el púlpito-escenario un trágico e inminente apocalípsis, pronosticado para el año 2000.
Como si fuese un contagioso dictámen de la moda, los pibes de mi barra se convirtieron, uno tras otro, manifestando públicamente que seguirían a Jesucristo, a cambio de la salvación eterna. Me dejé llevar por la ola de fe, para ver si encontraba en la religión alguna respuesta a las incontables preguntas que me hacía a mis 16 años. Con mis amigos, participábamos de todos los eventos organizados por el grupo juvenil de la Iglesia: cenas de camaradería, charlas temáticas, reuniones en casas de familia, campamentos, recitales de rock cristiano, salidas grupales y cualquier otra actividad que nos alejara del Mundo -de los inconversos- que era regido por Satanás.
Sin embargo, en todas partes se cuecen habas, hasta en los grupos cristianos. Uno de mis amigos más cercanos, convertido al Evangelio, me propuso experimentar nuevas sensaciones juntos. Según su planteo, ensayar los placeres de la carne no era pecado si lo hacíamos científicamente, para probar. El objetivo era aumentar nuestro conocimiento, no enviciarnos, ni infringir los mandamientos. Con la ebullición hormonal que padecía a esa edad, cualquier razonamiento me hubiera parecido una justificación válida para hacerlo sin culpa.
Progresivamente, fuimos incorporando en nuestro saber científico las diferentes maneras de practicar el sexo oral, incluyendo el clásico 69. Lo hacíamos en nuestras propias casas, cuando no había nadie, o en los jardines y patios de los incontables chalets de fin de semana de la zona, que quedaban deshabitados de lunes a jueves.
Nunca hubo expresiones de afecto en la relación. Ninguno intentó besar o abrazar o franelear al otro. De mi parte, cada día iba sintiendo más bronca hacia mi compañero de aventuras. Era el hijo malcriado del nuevo rico del vecindario, un empresario gritón, presumido y ostentoso. Mi cofrade siempre tenía dinero para gastar. Después de compartir momentos íntimos en alguno de nuestros rincones secretos, pasaba por el kiosco más cercano y se compraba una o dos tabletas grandes de chocolate… un lujo inalcanzable para mí, desde que mamá había quedado viuda y vivíamos de su magra pensión. Mi colega se guardaba las golosinas en el bolsillo, para comérselas solo, cuando llegaba a su casa. Nunca me convidó ni siquiera una mísera barrita.
A medida que crecía mi desencanto, se agigantaba su imaginación. Venía con nuevas propuestas, por ejemplo, que nos sacáramos fotos de las pijas con una Polaroid, que degustáramos nuestra leche, chuparnosla dentro de la pileta del vecino o en la bañera-yacuzzi de su morada, etc. No le di el gusto en nada, un poco por pudor y otro por mala onda. Un día, después de juguetear un rato en el jardín de una mansión desocupada, sacó un frasco de Crema Hinds y me propuso coger.
Ni pregunté quién se la iba a meter a quién, solo recuerdo que agarré el envase y lo tiré al patio de la propiedad de al lado. Puse cara de orto y nos fuimos. Si bien seguimos siendo amigos, se terminaron los experimentos. Al poco tiempo, encontró otro asistente de laboratorio, pero de sexo femenino: la muchacha cama adentro de la residencia de la esquina, una morocha treintañera, fea de cara pero bien pechugona, que le gustaba la verga más que el dulce de leche.
Pensándolo bien, aquel estallido de bronca fue irracional, ya que no se le pueden pedir peras al olmo. Nuestras experiencias eran meramente científicas. Y la ciencia suele ser así, inhumana, fría y egoísta"
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