viernes, 21 de noviembre de 2008

Alexander Bobadilla Web Personal

sábado, 15 de noviembre de 2008

Spinetta en el Ciclo "Música en la Rosada"

En el año 2005 el Flaco Spinetta hizo una excelente presentación en Casa Rosada en el marco del ciclo musical que se desarrolló hasta el año pasado.

Este video pertenece al final de esa presentación pero para los que deseen descargar la audición completa estos son los links:

Parte 1
Parte 2
Parte 3
Parte 4
Parte 5

Mientras descarga estos, puede disfrutar de "Seguir Viviendo sin tu Amor" (esta versión se incluye en las descargas):

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Los tiempos cambian... pero cuanto?


Publicado en Boston.com

martes, 4 de noviembre de 2008

Sexo juvenil con fines científicos, libre de pecado

Este video que va a ver a continuación fue realizado a un autor que investigó la historia sexual argentina. Federico Andahazi habla de su libro "Pecar como Dios manda" , una investigación que merece ser leída, yo me quedo con la pregunta final de este corto video:


El siguiente relato lo extraje de Maleta de Loco Blog mientras Googleaba buscando argumentos para el programa de radio del dia Miércoles 05/11 donde tratamos el tema del sexo y la cultura; decidí publicarlo porque si bien es fuerte y tiene parrafos chocantes me pareció interesante el hecho de atender como algunas personas se justifican en Dios, lo cual ya en esencia es lo que los creyentes llaman Religión... veamos:

"En 1984, la Iglesia Evangélica Bautista de mi barrio -Fisherton-, tuvo por invitados deluxe a una seguidilla de predicadores-estrella internacionales que anunciaron con vehemencia desde el púlpito-escenario un trágico e inminente apocalípsis, pronosticado para el año 2000.

Como si fuese un contagioso dictámen de la moda, los pibes de mi barra se convirtieron, uno tras otro, manifestando públicamente que seguirían a Jesucristo, a cambio de la salvación eterna. Me dejé llevar por la ola de fe, para ver si encontraba en la religión alguna respuesta a las incontables preguntas que me hacía a mis 16 años. Con mis amigos, participábamos de todos los eventos organizados por el grupo juvenil de la Iglesia: cenas de camaradería, charlas temáticas, reuniones en casas de familia, campamentos, recitales de rock cristiano, salidas grupales y cualquier otra actividad que nos alejara del Mundo -de los inconversos- que era regido por Satanás.

Sin embargo, en todas partes se cuecen habas, hasta en los grupos cristianos. Uno de mis amigos más cercanos, convertido al
Evangelio, me propuso experimentar nuevas sensaciones juntos. Según su planteo, ensayar los placeres de la carne no era pecado si lo hacíamos científicamente, para probar. El objetivo era aumentar nuestro conocimiento, no enviciarnos, ni infringir los mandamientos. Con la ebullición hormonal que padecía a esa edad, cualquier razonamiento me hubiera parecido una justificación válida para hacerlo sin culpa.

Progresivamente, fuimos incorporando en nuestro saber científico las diferentes maneras de practicar el sexo oral, incluyendo el clásico 69. Lo hacíamos en nuestras propias casas, cuando no había nadie, o en los jardines y patios de los incontables chalets de fin de semana de la zona, que quedaban deshabitados de lunes a jueves.

Nunca hubo expresiones de afecto en la relación. Ninguno intentó besar o abrazar o franelear al otro. De mi parte, cada día iba sintiendo más bronca hacia mi compañero de aventuras. Era el hijo malcriado del nuevo rico del vecindario, un empresario gritón, presumido y ostentoso. Mi cofrade siempre tenía dinero para gastar. Después de compartir momentos íntimos en alguno de nuestros rincones secretos, pasaba por el kiosco más cercano y se compraba una o dos tabletas grandes de chocolate… un lujo inalcanzable para mí, desde que mamá había quedado viuda y vivíamos de su magra pensión. Mi colega se guardaba las golosinas en el bolsillo, para comérselas solo, cuando llegaba a su casa. Nunca me convidó ni siquiera una mísera barrita.

A medida que crecía mi desencanto, se agigantaba su imaginación. Venía con nuevas propuestas, por ejemplo, que nos sacáramos fotos de las pijas con una Polaroid, que degustáramos nuestra leche, chuparnosla dentro de la pileta del vecino o en la bañera-yacuzzi de su morada, etc. No le di el gusto en nada, un poco por pudor y otro por mala onda. Un día, después de juguetear un rato en el jardín de una mansión desocupada, sacó un frasco de Crema Hinds y me propuso coger.

Ni pregunté quién se la iba a meter a quién, solo recuerdo que agarré el envase y lo tiré al patio de la propiedad de al lado. Puse cara de orto y nos fuimos. Si bien seguimos siendo amigos, se terminaron los experimentos. Al poco tiempo, encontró otro asistente de laboratorio, pero de sexo femenino: la muchacha cama adentro de la residencia de la esquina, una morocha treintañera, fea de cara pero bien pechugona, que le gustaba la verga más que el dulce de leche.

Pensándolo bien, aquel estallido de bronca fue irracional, ya que no se le pueden pedir peras al olmo. Nuestras experiencias eran meramente científicas. Y la ciencia suele ser así, inhumana, fría y egoísta"

lunes, 3 de noviembre de 2008

Between Family ("Entre Familia")


“Acuérdate que eres actor en una obra teatral, larga o corta, en que el autor ha querido hacerte entrar. Si él quiere que juegues el rol de un mendicante, es preciso que lo juegues tan bien como te sea posible. Igual, que si quiere que juegues el rol de un cojo, un príncipe, un hombre del pueblo. Pues eres tú quien debe representar el personaje que te ha sido dado, pero es otro a quien le corresponde elegírtelo”.
Epicteto

Como era costumbre, el Ufelante había salido a caminar bien temprano esa mañana por todo el pueblo, recorría saludando a los que iniciaban labores antes del alba en un protocolo ancestral que lo llevaba hasta la playa ubicada en el extremo más alejado de la civilización. Pero ese día grande fue su sorpresa y poderosa su intuición.


A mitad del pueblo vivía una familia de apellido Porter con su único hijo adolescente de nombre Martin. El Ufelante no los conocía demasiado como al resto de los habitantes y solo tenía un vago concepto de su amable saludo al pasar por allí.
Esa mañana hacía una brisa algo fría por lo que el Ufelante prestó especial atención a la puerta principal de la casa Porter que se encontraba abierta de par en par y sin reparo de nadie. Luego de notar desde la vereda, por varios minutos, que nadie se acercó a cerrarla el Ufelante empezó a esgrimir teorías criminales que solo su experiencia lo hacían percibir. El conocía bastante del mundo para entender que nadie deja la puerta abierta a esas horas por tanto tiempo sin percatarse siquiera del aire frío, debía ser algo más, entonces decidió entrar sin aviso al hall de la casona.
Desde las escalinatas que llevaban al hall vislumbró una persona dentro de la casa que yacía serenamente sentada, no sabía quién era ni mucho menos que hacía allí, por lo cual avanzó hacia esa persona diciendo:
- Buen día, he visto su puerta abierta y me he tomado el atrevimiento de….
El Ufelante calló un instante en que se vió conmovido por muebles caídos y sangre en algunas partes del piso, pero lo que más lo asombró desgraciadamente fue el cuerpo de la Sra. Porter, tendido sobre la alfombra frente al hombre que estaba sereno contemplándolo.
Para entonces el Ufelante ya estaba dentro de la casa, detrás del hombre que inmóvil permanecía sentado en el living familiar. Tratando de buscar explicaciones rápidamente se percató de la pelea acontecida, el deceso de la Sra. Porter y la culpabilidad del anónimo, surgiendo con esas ideas preguntas que debería responder ese hombre del sillón, pero antes de que pudiera hacérselas, observó desde la perspectiva que le permitía la sala hacia los dormitorios, un brazo que sobresalía hacia fuera del marco de la puerta de uno de los cuartos.
Con prontitud se sumergió hasta el fondo de la casa, donde estaba el cuerpo tirado, y al llegar supo sorprenderse más, al ver el rostro inanimado del amable Sr. Porter. Entonces entendió que el sereno hombre del living debería ser el culpable de ambos asesinatos y corrió a detenerlo para que no se escapara. Al estar volviendo a la sala de estar creyó haber cometido un error al dejarlo solo, ya debía haber huido, aunque para su sorpresa aún se encontraba en la misma pose meditabunda del primer encuentro. Casi con pánico el Ufelante preguntó:
- ¿Qué ha pasado aquí?
Repreguntó tres veces el Ufelante; al no recibir respuesta se movió para ponerse enfrente del que creía era el homicida, y sin desatender su rostro, cada paso que daba en derredor le mostraba una cara conocida hasta que finalmente el rostro se mostró como el del hijo de los Porter, era Martin.
- Martin, dime que ha pasado aquí, (se sentó a su lado y prosiguió), ¿estás bien?
Martin no decía una sola palabra, el Ufelante no dejaba de cuestionarlo y entonces hizo lo que mejor sabía hacer. Se metió en lo más recóndito de su alma para sacarle la verdad. Lo tomó fuertemente de la cabeza sin que a Martin le importara y concentrándose esotéricamente por unos pocos segundos sustrajo desde su memoria, los recuerdos hasta ese momento. Lo que vió fue espantoso y su teoría del móvil era morbosa hasta el hastió, pero el Ufelante quería comprender el todo de la situación y lo indujo a otro estado de conciencia, por algo así como una hora.
Ya en su mente, sugestionó a Martin para hacerle creer que estaba en su niñez junto a sus padres, era fundamental para entender porque los había asesinado, ya que para él no era otro el homicida que su mismísimo hijo.
La técnica de control mental del Ufelante era simple y altamente efectiva, lo llevaba hacia el recuerdo que el creía importante en cualquier etapa de su niñez, hasta la actual adolescencia, pero haciéndole creer a Martin que ese momento estaba dándose en realidad, enfocándolo solo a ese recuerdo y sin saber de la presencia más que de las personas de sus memorias.
El primer lugar que el Ufelante quiso visitar dentro de la niñez de Martin fue la edad de ocho años; para el Ufelante era conocido que a todos los humanos les suceden cambios radicales en la personalidad en un ciclo que varia de ocho a nueve años, dependiendo de la persona, y prontamente seleccionó un recuerdo que aparecía por sobre los otros dentro de la cabeza de M Porter.
El recuerdo comenzaba una tarde en esa misma casa, donde estaban el Sr. y la Sra. Porter con sonrisas y ambiente de fiesta:
- “¡Ven Martin! Saluda a tus tíos que te han traído regalos de cumpleaños”.
Resonaba seguido la voz de la Sra. Porter en la mente del hijo, de a ratos sonidos y colores de un alegre cumpleaños y luego una oscuridad como de espejo empañado por algún vapor que dejaba entrever una imagen que sin lugar a dudas era ese mojón que el Ufelante tanto sospechaba:
- Mamá donde estás, quiero abrir el regalo de los tíos… mamá ¿estás en el baño acaso?
Y en el baño fue el desencanto en esa etapa de aquel primer Martin inocente, porque al abrir la puerta preguntó:
- Mamá… ¿Qué haces con el tío aquí en el baño? En mi escuela nos enseñan que los niños no debemos ir al baño de las niñas…

En su momento él no lo entendió ni siquiera el Ufelante supo si lo entendió bien tiempo después, pero el hecho era que ni los retos de la madre ni el castigo que le prometió si le contaba algo a su padre, cambiarían esa imagen.
El Ufelante siguió hacia otros recuerdos pero pudo darse cuenta que éste se repetía incesantemente todas las vísperas de cumpleaños donde Martin nunca pasaba por el baño, temiendo volver a encontrarse con la misma escena; cosa que cambió a partir de los doce años, cuando repentinamente era el rostro afable de su padre el que invadía sus recuerdos.
El Ufelante buscó y buscó entre miles de recuerdos alguno que le diera una pista fidedigna acerca de tan drástico cambio en esos años pero no pudo hallar nada tan determinante como aquel recuerdo funesto de su infancia, sentía que una fuerza más poderosa le impedía adentrarse en ciertos rincones de la mente del joven M. Porter. ¿Era acaso una fuerza tan poderosa como la voluntad?, se preguntó el Ufelante y se auto respondió que nada ni nadie puede lograr controlar completamente la psiquis de otros, aunque muy persuadido, siguió intentándolo, hasta que por fin logró dar con una secuencia lógica que concluía trágicamente.

En proximidades de su cumpleaños número diez el Ufelante pudo identificar una remembranza familiar donde su madre prácticamente desaparecía de su vida opacada por la figura preponderante de un padre todo poderoso. Era otro indicio, el Ufelante sabía que algo había ahí.
Los recuerdos de un niño suelen estar compartidos o mejor dicho enfocados a la figura cálida de la madre, pero en Martin la figura del padre aparecía como protector y amigo, conservando muchos más recuerdos felices con él, que desilusionado por lo que ya conocía de su buena madre, prefería suprimir toda evocación materna. El Ufelante no se equivocaba al pensar que estaba presenciando memorias del principio de un juego de roles peligroso y ya no se sorprendió tanto al descubrir una charla a los once años, donde la Sra. Porter no asoma:
- Martin, ¿cómo te ha ido hoy en la escuela?
- Bien papa, gracias, solo que estoy muy cansado, dime papi, ¿Me arroparás hoy también?
- Claro hijo, ve a tu cuarto que ya estoy contigo.
- Si papi y trae a nuestro amiguito…
El Ufelante creyó haber atinado el motivo, pero le faltaba el disparador de la situación fatídica. Entonces optó por ir directamente a su actualidad más reciente, fue a la tarde del día antes que ocurrieran los asesinatos, y el primer recuerdo de Martin es una charla con su padre:
- Papá, ¿hasta cuando crees que puedes seguir ocultándole esto a mamá, crees que no se dará cuenta nunca?
- Martin, lo que nosotros tenemos debe quedar entre nosotros, te quiero con toda mi alma pero si te atreves a decir algo…
- ¿Qué me vas a hacer?, me estas amenazando, no era que me amabas?
- Calla Martin y vamos a tu cuarto…
- No quiero nada contigo… nada… estás enfermo.
- Nos tenemos mucho amor y lo sabes, solo eso.
Luego de esa charla hay fuertes períodos de pasión y perdición en la mente de Martin pero el Ufelante retoma el control para avanzar y ver más de esa tarde.
Se estremece el gran observador al ver como, sigilosamente, entra al cuarto la Sra. Porter para ver al Sr. Porter en la habitación de Martin con alguien debajo de él. La Sra. Porter no lo sobrellevó y ese micro instante en que vió apenas porciones de piel inmersos en movimientos pélvicos no le alcanzó para ver el rostro de la otra persona y consternada volvió al living, tiritando en llanto continuo pero inaudible sabiendo que su marido le estaba siendo infiel en el cuarto de al lado.
Este film psíquico se representaba como una secuencia perfecta creada por un tercero cuando en realidad era la mente de Martin quien la creó para explicarse la posición en que se hallaba la Sra. Porter con respecto al Sr. Porter primeramente, y luego con él mismo.
La secuencia prosiguió en Martin, cuando ambos, padre e hijo salen abrazados semidesnudos hacia el living donde sin conocerlo, les esperaba la Sra. Porter, pero caótico fue aquel encuentro para todos, ya que ni unos ni otros se esperaban encontrar, solo la Sra. Porter que aguardaba por alguna mala mujer que sedujo a su esposo:
- Pero… (dijo la Sra. Porter mirándolos a los ojos, llorando a gritos, no entiendo nada)
- Mamá, que haces tan temprano en casa, pero que... (preocupado por lo que habría escuchado y buscando excusas rebuscadas)
- Porter, ¿Con quién has estado en el cuarto de Martin?, te vi en la cama de Martin al entrar, pero volví y me senté a esperar una explicación (exclamaba a toda voz la Sra. Porter y siguió), Y tú Martin que haces desnudo con… ¿tu padre?
Martin ya no podía ocultar nada aunque debiera cargar el peso a lo largo de toda su vida, era momento de confesiones y ríos de llanto.
- Como has podido hacerle esto a nuestro hijo Porter, ¡maldito degenerado!
Porter para entonces escapó a la cocina meditando en ausencia de paz, dejando lugar a un careo entre madre e hijo.
- Calla Mamá, aquí lo único pervertido es tu forma de actuar, maldita hipócrita, ¿Porqué no le cuentas a Papá acerca de tus encuentros con el tío Luis…? Anda atrévete. Es por tu culpa esto en lo que me convertí, tú le negaste el cariño de esposa a papá y lo único que podía hacer yo era intentar devolverle algo de eso que tanto nos ha dado.
- Pero hijo yo…
- Te ha dicho que te calles, perra, ¿crees que no lo sabia? (había vuelto el Sr. Porter desde la cocina)
- Tú, Porter, hijo de… (señaló así, las que serian las últimas palabras de la Sra. Porter)
El Sr. Porter había tomado del cuello a su esposa y empezaron un forcejeo consentido desde la mirada fría de Martin cuando de pronto la Sra. Porter manoteando un librero que estaba cerca, logra dar con un adorno de loza y encajárselo en la frente, para correr empapada en sangre hacia la puerta principal, renunciándola, entre abierta, hundiéndose de nuevo en manos de su esposo para terminar siendo lentamente estrangulada en su propio living, por ese que le juró amor eterno.
Martin contempló impávido, casi calmo, por un breve tiempo el rostro exánime de su profana madre y luego maceró su mente en el living familiar, sin ser interrumpido por el fuerte estruendo del arma de su padre, en el cuarto próximo.
El Ufelante estaba en suspenso por la manera en que todo se desunió en un solo día, aunque aquello era el resultado de una serie de errores en un triángulo de confianza sin perspectivas de todos sus lados.
Al entenderlo todo el Ufelante liberó la mente del sufrido Martin y permaneció allí contemplando sus perdidos ojos azules, no pudiendo remediar nada de lo vivido, ni siquiera la culpa asesina de la cual él también le responsabilizaba erradamente.
El Ufelante fue comprobando cada una de sus hipótesis pero en la única en la que se equivocó fue en la de pensarlo a Martin como perpetrador, aunque ahora tenía un dato más, el consentimiento en su inacción para que su padre le cause la muerte a su madre. No era un dato menor, porque seguramente para Martin estaría bien que su padre la ajusticiara en algún momento como debió hacerlo ese día que él los vió en el baño con su tío; eso de alguna forma le concedía a su estado mental el rótulo de asesino, cómplice, con la tarea de llevar la culpa de aquí en adelante; el Ufelante dedució así un argumento que justificaba esa postura: un hijo siempre ama a uno de sus padres con mayor fervor que al otro y todo vale para demostrárselo, incluyendo la excusa de cambio de roles en la oportunidad que sea, aún con la madre.
Mientras el Ufelante meditaba eso, fue interrumpido por su tenue voz que se develaba después de tanta mudez:
- Yo amaba a mis padres y no quise hacerles daño, solo quería remediar mi error.
Dijo Martin y calló de nuevo. Era interesante esa idea de remediar su error, porque el Ufelante entendió asimismo que el abuso de su padre fue aprovechado por la psiquis frágil de Martin para justificarse y brindarle eso que la madre le había arrebatado al estar con el hermano del padre, la fidelidad, el amor, el compañerismo de alguien que si le interesaba y quién mejor que su hijo para ofrecérselo, se dijo inconsciente, embarcado mecánicamente en un remiendo tan enfermo como esperanzador.

El Ufelante le pidió que se calmara y que esperara mientras él salía en busca de ayuda, ya que su teléfono también acabó roto a causa de la pelea, mientras el salía de la casa escuchó un sonido enérgico que lo hizo volver, y al entrar ya no reparó a nadie en el sofá, sin embargo al voltear la cabeza hacia su habitación, divisó un segundo brazo tendido cerca del cuerpo del Sr. Porter.
Martin se había pegado un tiro, en el día de su cumpleaños dieciséis. -

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